Lihn

El monstruo emerge al atardecer
del pozo en que lo hundimos cada día
y empieza a mezclar su respiración con la nuestra.
Da sus primeros pasos en el traspatio, y sin ruido,
como si al celador se le cayera un manojo de llaves
o alguien tropezara con alguno de los cubos.

Esta sombra que cruza por mi frente
es sólo una vieja pero muy vieja metáfora,
y tú sonríes en otro país a un extraño:
señal de que he caído en mi obsesión.
Cada quien lucha a su manera contra las distintas formas del miedo
pero Vandré prefiere publicar su locura
con un escándalo en el hotel.
Otros creemos pasar inadvertidos, sólo para que mi oído acostumbrado a ello
el primer síntoma de la transformación es claro como la luz.
Ante la propia presencia amenazante y anónima
se tiende a desertar de las palabras.
Algo más que desolados
nos allanamos a la autoagresión.
Llegaríamos a envidiar cualquier acto de violencia
cuando así toma el diálogo
la forma del vacio que aparentaba llenar.

Enrique Lihn (Estación de los desamparados)

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